ELEMENTOS Y TIPOS DE CUENTO
A continuación hallarás tres narraciones. Al pie se encuentran las actividades a resolver.
EL ALBATROS
Siempre las ideas que sostenemos con firmes argumentos son nuestra mejor defensa para erigir tal o cual afirmación (o negación). Siempre es así. Son nuestros baluartes para iluminar a cualquier persona incrédula o confundida. Pero este principio epistemológico no era más que basura, ahora que estaba próximo a que me envíen a un encierro eterno, allá en la isla más ignota para una muerte lenta. Y digo muerte lenta, que es lo mejor que me podría pasar, lo mas seguro es que me termine creyendo el Chorri Palacios o un albatros aprendiendo a volar. Son así de inconsistentes las palabras cuando te han condenado como subversivo (Ellos dicen que lo soy),. Mis réplicas a sus acusaciones solo generan una mueca indiferente, un escozor en la oreja, o simple y llana indiferencia: beben su agua mineral y ya está. Se les ve tan regios. Mi familia, o lo que queda de ella, es solo mi hermana Teo, consiguió ponerme un abogado, que me ausculta bajo esas nigérrimas cejas desde el ala derecha de la sala, sin musitar nada. Sus brazos regordetes sostienen un enorme portafolio sobre su vientre convexo. A veces, más me da la impresión que anda reculando otras casos más que el mío; es más, alguna vez lo he sorprendido con los ojos apenas abiertos y medio inconciente. Incluso estoy seguro que él es conciente que mi caso está perdido.
“¿Estudio en San Marcos?”// “Sí, es cierto señor”.
Cómo no voy a decir que sí. Allí conocí a Cristina, a Lucha a Peluca Santibáñez, a Folche y al amor de mi vida, Edelmira. Allí supe de Freud, de metafísica, de estudiar sin tener un bocado en el estómago hasta al anochecer, supe de las ideas iconoclastas de Gonzáles Prada, del “perdido” Valdelomar, así lo llamaba el doctor Miguel Soto: nuestro profesor (el hombre era una enciclopedia), incluso conocía a Bryce la vez que vino a visitar e inaugurar la biblioteca de Sociales; supe de las chelas heladas del bar, allá en el segundo piso de “ El zúngaro” , supe de las hembritas que , providencialmente veíamos venir de la Católica, hacían las delicias de todos mis amigos, supe de nuestros sábados peloteros en la canchita de derecho( siempre llegaba sucio a casa). Cómo negar que soy de San Marcos.
“¿Qué hacía Ud. con Manuel Mujica y Filemón Ticses?” Ah, los buenos de Manolito y el File, eran mis compañeros en un grupo de música latinoamericana allá cuando era un adolescente. Yo era un conocedor en el arte de soplar las cañas de una zampoña. Siempre esperaba con ansias los fines de semana para reunirnos y tocar alguna tonada de Bolivia o Puno. La verdad me distendía mucho, además de tener una afición innata por las melodías, definitivamente siempre fui un melómano incurable. Claro esta, con los años mis gustos musicales fueron cambiando: Beatles, Paul Simon hasta Pink Floyd y la música etérea para mis meditaciones astrales. Mientras decía o reflexionaba sobre estas cosas, noté en el semblante de mi hermana una pena y angustia en zozobra (si hubiera podido saber que hace dos días Manolo y el File habían caído con pertrechos, hubiera dicho algunas cosas y obviado otras).
- ¿Qué hacia Ud. con ellos?
- Pero, por que insiste tanto con ellos.
- Limítese a responder.
- Bueno………. Lo dicho, tocábamos.
Un par de veces tocamos en el aniversario de cruz de Motupe. Este era un asentamiento humano en las laderas de un cerro por independencia. Recuerdo que en una de esas mientras los pobladores bailaban en una ronda, mis diecisietes años fueron jalados por una chola a la ronda y terminé bailando mientras el grupo no cesaba de tocar, aun con más bríos al verme bailar. Fue muy bonito estar allí. Aquella vez pude contemplar al grupo en tercera persona, y valgan verdades, las cañas y el bombo, acompañadas de las dulces cuerdas del charanguito de Manolo, eran los vientos mismos del ande estrellándose en compases inmensos, contra el ichu y los caudalosos ríos allá en las alturas del hombre de bronce. Creo que esta convicción fue la que me llevó a querer a este grupo. Aun escucho la voz del File y Eduardo repitiéndome: toca con el estomago. Éramos los Llactarunas.
Edelmira, donde estarás. Mi corazón se siente muy solo. En esta sala hace mucho frío y hay miradas apuntándome con todos sus fuegos. Creo que mi hermana mugía tu nombre en las cuatro sílabas que me dirigió antes de señalarme a la puerta del guardia que da a la calle. Quisiera volar a ti. No me sirven las pelotas ¿sabes? Te imagino detrás de esa puerta con tus enormes ojos y tus frases reinventadas, pidiendo a todos por mí. No, mi amor; no dejes el trabajo a Dios en vano; lo mío es inexorable. Solo recíbeme en tu pecho. Tal vez pudiera ser dos y salir de aquí buscando el vino.
- ¿Alguna vez Ud. usó algún arma o guardó alguna consigo?
- Jamás.-La acusación y no la pregunta, me rehizo.- Nunca he tomado un arma, señor.
Siempre le he temido a las armas, solo el imaginar su frío acero en mis manos me aterra. Siempre he tenido en claro que son instrumentos de muerte, y yo le temo al proyectil, a los explosivos, al despedazamiento. Nunca podría usar un arma, me resultan bestias durmiendo, y no quiero saber de su ferocidad apretada a un gatillo. Uno de los magistrados de la mesa estaba acodado, con las manos entrelazadas y haciendo bailotear a sus pulgares. Me miraba fijamente, mientras yo respondía a esta pregunta. Creí toparme con una mirada que, dentro de las otras contemplaba la posibilidad de empezarme a creer. Su mirada se perdía en mi contemplación como debatiéndose en la calma que significa una sombra en plena canícula. Perdió el trance en un par de segundos cuando su colega le golpeó con el codo y le musitó algunas cosas al oído. Me hallaba perdido. Mi libertad parecía haberse alejado en un capricho de alguna voluntad inconmensurablemente mordaz. En ese momento llegué a comprender que debía seguir a todas las esperanzas que me quedaban aferrándome con el resto de energía que aún era capaz de poseer. Debía seguir a los delfines. Era ya el atardecer. Un sol tibio podía verse por las ventanas laterales. Los puntos cardinales en que oscila mi existencia habían adquirido una ligereza sorprendente. Percibo la brisa surcando por mis parpados, percibo la distancia que se va abriendo entre mis reflexiones y el cemento yerto. Mi cabeza va buscando instintivamente un cerúleo límite.
Los hombres que estaban en el blanco salón hablaban y miraban a aquel otro que yacía estático en esa silla silente. Debe estar pasando algo muy triste pues una mujer llora en silencio detrás de una puerta y otra se debate en aflicciones más acá de mi partida, de mi crisálida y de mi interno continente. No creo haber sido crisálida, el sol revitaliza mis alas blancas, enormes como el techo de una palmera. Más allá de sus preguntas busco el mar. Voy surcando diminutos puntos en la tierra. Es increíble lo bien que se siente respirar más allá de los dos u ochos metros: el aire es libre. Por fin puedo divisar el mar rumbo a la ignota isla a donde llevan al hombre enmarrocado al acero y a unas acusaciones que jamás se descifrarán.
AVE NOCTURNA
Llamaremos prosaica a esta historia que no tiene más misterios que la idea que hurga entre tinieblas. Mara había conducido su vida entre tantas dudas que su pericia en el manejo de voluntades era de por sí muy inestable.
La tarde en que partió de su cuarto estaba tan gris, tan fría que no asomó más calor en la calle que la contemplaba que el suyo propio. Contorneaba su frágil figura en las calles, algunos muchachos que la conocían le lanzaban frases muy calientes y otros, los de menos vulgaridad, oscurecíanse preparando una frase impródigamente preparada. Más ella estaba ya acostumbrada a este tipo de trato de hombres con repertorios incluso más densos que aquellos. Seriamente había pensado muchas veces irse de aquel lugar que olía a un ordinario bastión de voluntades menores. Avanzaba entre los estribillos de hombres y la caía de una garúa típica en esta época del año. Las manos en su breve casaca tocaban esa única llave que le abriría la puerta al regreso de esta nueva experiencia.
Sentada en la combi limeña, apoyaba su mirada en los turbios cristales del lado derecho del asiento. Su piel lozana y blanca no se conmovía ante el cada vez más desolador frío. Pensaba en el pequeño tesoro que había dejado en casa. “Pórtate bien. No hagas las cosas que me molestan”, le había dicho al pequeño suspiro que le alegraba los días y las tardes solitarias. Sin embargo, en algún ángulo de su memoria también lo recordaba a él. “¿Qué estará haciendo? Con qué tipa andará por ahora”. Criaturas multiformes pasaban por su mente, sitiándola en el desamparo de la desolación. En la radio del bólido sonaba Chambao cantando aquella canción que no se animaba a tararear. Una voz tan apurada como inoportuna interrumpió sin delación su ensimismamiento para pedirle las monedas del servicio. Contó las monedase exactas y volvió a sus cavilaciones. Reacomodó sus lacios cabellos, se frotó las manos para volverlas a introducir en los bolsillos altos. Sin embargo, sacando una volvió a escribir entre la humedad interior del vidrio aquella frase que la última vez pudo ver escrita en otro cristal: “Eres mi amor irracional”. Al verla escrita, la volvió a enturbiar con el aliento cálido de sus entrañas. Sentía que algo faltaba, no recordaba el fragmento faltante; aún así la volvía a escribir y escribir en ejercicio ya casi monótono como inútil contra el calor humano. Alzó la mirada para percatarse del lugar en el que se hallaba. Todavía faltaba un tramo. Revisó su celular. Nada.
Ya en la vereda, se alejó de la muchedumbre, ya en un lado, tecleó las palabras para avisar que ya lo esperaba. Estaba allí, no lo podía creer: lo volvería a ver. No era lo correcto, era conciente de ello; pero deseaba verlo. Muchas de las palabras suyas habían quedado dentro de ella. Las formas, los sonidos, los gestos habíanse incorporado en su ser. A pesar de haber enviado recién el mensaje, sentía que el tiempo estaba pasando muy lento. Sus pisadas deambulaban de un lado a otro, hubiera querido irse, pero no. Ya estaba allí y por alguna extraña razón su corazón se iba acelerando. Por fin llegó en el mensaje. Estaba en camino. Lo vio. Subió a su derecha. Él la tomó de las manos y se fueron pediendo entre las calles de la gran ciudad. Estacionados en algún lugar, los besos fueron y llegaron, las miradas, las risas, los deseos compulsivos. La noche ya no era tan fría. Durmieron. Se despertaron. Los disgustos eran tan efímeros como la caída de una gota más sobre los techos. A pesar de no haber copulado, se sintieron muy felices de saberse el uno al lado del otro. Contemplada se sentía feliz, por la comisura de sus labios, mientras sonreía, siempre se dibujaba una sonrisa que cada vez se iba haciendo más permanente. Algunas horas antes de que asomara la luz del alba, Mara se interrogó si él era el hombre que había estado esperando durante el desastre que había estado señalándose en su destino para la eternidad. Ya se lo había pedido. Ella estaba muy sensible a esos temas. La palabra “formalizar” le daba miedo. Un pánico se apoderaba de sus formas cuando la sabía cercana. A vez, lo quería cerca, lo más que pudiera. La cercanía sería la circunstancia que condenaba su espíritu a los abismos de la soledad. Así, lo vio dormir. Contempló sus ojos cerrados, sus pupilas dilatadas y sus manos inmóviles. Las de él, el otro eran más grandes. Tomó sus llaves, introdujo el celular en su bolsillo izquierdo y salió del auto. No pensaba en nada. Cerró la puerta apenas con fuerza y tomó la vereda contraria. Avanzó a oscuras una, dos, tres…cuadras inacabables. Veía por entre los postes si alguna sombra se acercaba. Nadie. “Mamita, no te vayas”. No hizo caso a la conciencia. Avanzó por aquellas calles que en su vida había pisado. Realmente no sabía dónde estaba. Quería huir, salir de todo ese marasmo en el que se había convertido su vida. Le daba pena contemplarse en sus visiones personales. Su tesoro le volvió a resonar en la cabeza. Ella necesitaba protección, pero su hija necesitaba más de ella, mucho más. Quiso retroceder, ahora en verdad, quería huir, pero ya estaba demasiado lejos de donde empezó su extraviado paso.
A lo lejos, tres hombres conversaban en una esquina. Sin poder verlos aún, supo que alguna presencia estaba cerca. Se detuvo, respiró con profusión. La esquina amarilla a la que había llegado se sostenía en la luz que el pálido poste de luz glorificaba. Unos paneles cercanos vivificaban su presencia por lo que era imposible que “los de allá” no la hayan visto. Se inquietaron y empezaron tomar decisiones. Se empezaron a mover. Los pasos iniciales. Solitaria en esas calles de espanto, corrió por una esquina opuesta. Algunos autos pasaron por allí, ninguno se detuvo. Se guareció detrás de un pequeño muro que protegía a una casa de las aguas que en época de lluvia bajaban de los lados altos de esa calle. Protegida por unos arbustos, sintió su cuerpo tiritar. Quería desvanecerse y ser un espíritu que arranque en vuelo e ir a la cama donde dormía su preciosa. Escapar se hacía imperativo. No podía, debía quedarse inmóvil. Ya no había marcha atrás. Metió la cabeza entre sus piernas encogida en sí misma. Nunca la levantó. El blue jean se hizo tan delgado como papel arroz por el frío del suelo. Las gotas del rocío se empezaban a formar en las hojas de las plantitas circundantes. Creyó que había pasado buen rato. Se incorporó con cuidado y empezó a dar los primeros pasos. “Calle Avutardas” decía el letrero en el que se había cobijado. La pequeñez de su silueta la había favorecido. Su rostro frío se veía pálido y sentía las manos congeladas; decidió emprender el regreso, buscar la salida de todo esto. La idea no fue buena, nunca lo fue. Un dolorcillo le molestaba en una de las nalgas. La dureza del suelo y la llave entre ella le había dejado muy sensible aquel punto específico. Era corta de vista, pero explorando esa calle, no vio a nadie. Mucho más calmada, decidió esperara a que amaneciera. No se animó a levantarle la mano a ningún conductor a pesar que algunos de ellos se detenían frente a ella y, otros, los más audaces, bajaban la velocidad para decirle cosas terribles. Ella ni se inmutaba. Veía sin ver. Más allá, en un paradero, se sentó. El cansancio la vencía. Sintió alivió, pero decidió seguir caminando pues se enfriaba más detenida. Llegó al filo de esta nueva avenida desconocida. Extrañamente creyó ver a niños solos en la avenida opuesta. Caminó un poco hacia ese lado. Uno llevaba ropa amarilla y otro, una camiseta negra. Incluso creyó ver a otro de blanco que yacía detenido. Estaban solos “¿Cómo puede eso ser? Habrá gente tan insensible que no entiende que los niños no tienen más misión que la de ser felices”. Condenó a los padres de esas criaturas que se debatían en juegos al lado de lo que parecía un contenedor de deshechos. “Ángel bueno, llévatelos. Y con ellos, llévame a mí”. Una lágrima resbaló por su níveo rostro. Se conmovió hondamente imaginando algún pasado que le sabía familiar al personal. Desconsolada, los volvió a mirar. El flaco consuelo llegó cuando uno de ellos cruzó la pista hacia ella y pudo ver con claridad de que eran perros vagabundos. Éste, el amarillo se detuvo cerca de ella y ladró, al empezar esto, alguien la tomó desde atrás. Apenas pudo verlo: era él. Así, cayó desvanecida.
La blancura de la vida siempre es un solaz. Así, con él, el tiempo transcurre generoso y bueno. Todos tienen un fin en la vida, unos para tener proyectos más grandes que otros; pero Mara tenía los propios, sin duda. Buscó refugio en los actos equivocados de la reacción, había tomado muchas cosas sin mayor aplomo; las experiencias pudieron haberla marcado implacablemente, pero a cambio le dio otras razones por las cuales aun no había cumplido la misión. Ahora que descansaba, su respiración había cambiado. Su lenidad se rehizo. Oía melodías cercanas, pisadas. Las pisadas dieron paso a la bondad de aquella voz que en sus peores experiencias la habían conmovido: “Hola mamita ¿Me escuchas?”. Apenas abrió los ojos, puedo ver a su princesa en esa habitación. Esta vez, la lágrima que se liberó de sus pupilas era una lágrima de esperanza. La niña la abrazó hasta el cielo mismo.
LOS ESPECTROS SI CONOCEN DE ORGULLO
“Que alguien me vea un instante existir”
Dolores Delirio
Normalmente, en el lugar tan alto que se encontraba su habitación, era ordinario que las voces de los vecinos de los diversos lados se cuelen y armen una especie de coro tan multicolor como multidireccional en una consonancia más bien acogedora. Esto no solía ocurrir cuando alguno de los vecinos tenía alguna discusión, pues en esos momentos, los nervios se crispaban en la paz que tanto anhelaba. Las discusiones siempre llegaban de la pareja de vecinos que vivía a la espalda de su habitación. La mujer despotricaba en palabrotas hacia el ingrávido marido que al parecer tenía afición por la bebida y llegar a deshoras a casa. Lo que realmente le apenada era que dos niñines, que de cuando en cuando gesticulaban mientras jugaban, tenían que oír toda la furia que su madre condensaba.
En esa mañana se encontraba ojeando una novela de un autor que recién quería conocer, y si le gustaba, reconocer. Solo se oía la tierna voz del niño que hacía sus balbuceos de bebé en el piso de abajo mientras su madre le conversaba. Tendido sobre su cama, su ventana podía delatar que el sol de hoy sería insufriblemente atroz. Ya se veía sudado en cuellos y vientre si esto seguía así. Era la temporada que más odiaba.
“Perdón” fue la voz. Se incorporó. La voz se oyó tan cercana que debía haber sido dicha a casi un metro de sus oídos. Se estremeció. Creyó reconocer la voz. Era de Ella.
Intentando recuperarse de la turbación, pensó, “Será que se está despidiendo. ¿Se irá a morir”. Los dichos de los mayores de su familia decían que los prontos a morirse recogen sus pasos. Fue a su salita, ya frente al teléfono, levantó el auricular y digitó los números harto conocidos. Al finalizar el primer timbrido, colgó. Su interior estaba aún llenó de represión que no terminaba de ahogarse. Se sentó. Suspiró unos segundos y luego de contemplar la ruma de libros que yacían sobre el mustio escritorio, levantó el auricular y marcó de nuevo. “Hola Lucho, cómo estás. Oye Huevín, qué hay en la noche. ¿Así? Bueno, ¿qué flacas van a ir? Ok. Me pasas la voz”. Rápidamente desdibujó la sonrisa hipócrita que de agrado no tenía absolutamente nada. Metió la cabeza entre las piernas. Agachado, se sintió un cobarde. Pero no, su orgullo era más. No la llamaría, ¿no se merecería que la importancia de su existencia sea verificada con el clamor de la ligera piedad?
. . .
- Ya terminó Dolores, vámonos de aquí.
- Ya va
Junior recogía su casa negra de los guardarropas confundido entre las luces del lugar. Dio media vuelta y se disponían a salir. Él sorbió lo que quedaba de la cerveza y cruzó la puerta.
- ¡Sellos? Nada. Así nomás- Le dijo a alguien y caminó por la acera nocturna
- Por si acaso –dijo su compañero dejándose estampar el brazo- ¿Qué tal si ahorita aparece el Cabecilla Lucho y reingresamos? ¿Quién te dice que en este preciso momento se aparece?
- Ya sube compa’re- le dijo desde dentro del auto.- La seguimos en el barrio. Aquí no pasa nada. Mucha gente alzadita; me jode eso.
- Sí. Vámonos. Cómo la malogró todo Lucho.
- Ya déjalo; está con su flaca. Tiene derecho.
- Mira, me alcanzaron este volante. Próximo concierto de Dolores Delirio en el Bash Bar. La hacemos linda allí. Porque con estos monses de ¿cómo se llaman estos que iban a tocar? Hey, ¿me estás escuchando?
- Estoy manejando.
El rictus que mostraba podríase creer que delataba su estado de ebriedad. Sin embargo, estaba pensado mucho en aquello. La serenidad de la noche le daba márgenes más amplios para la reflexión. Ahora debía manejar esto. Ni la pista ni la incipiente garúa limeña lo iban a derrotar.
-O’e, ponte Timidez, ésa es bien profunda.
- Ponla tú. Agarra el control: “Tú dices que quieres existir…que me amas…que…”
Apagó la canción estirando la mano sobre el auto radio.
- ¿Qué pasa huevín? Ponla… Te pones en un plan bien cojudo.
- No jodas.
. . .
Se puso el pequeño guante negro en la mano izquierda y preguntó a Ricardo si ya era hora. No le respondió de buen agrado, pero el caminar del resto de sus compañeros le anunció que ya salían. El ruido era ensordecedor. El cariño de su público siempre lo conmovía. Como batero, Josué sacó las baquetas desde debajo de la silla y empezó el delirio. Los audífonos no se movían de su cabeza, a pesar de los múltiples movimientos nerviosos que su música le empujaba a hacer. Abajo, el público se relamía en las delicias de la guitarra de Jeffrey y las entradas vocales de Ricardo. Muchas caras, muchas melenas brincando por aquí y por allá, gritos, alaridos humanos blandían en la atmósfera. Las sombras parecían moverse entre tantos cuerpos y voces. Golpeaba cada nota con una pericia personal. Una mano que se difuminaba entre los tambores, a ratos parecía que no era la suya. El vértigo de los movimientos turbaba su vista. Las luces debían estar causando este efecto. En un intermedio de canciones, Jeffrey lo notó perturbado y se le acercó.
- Ta’ mare, estás sangrando aquí ¿Qué te has hecho? – le tocó una ceja, y le mostró algo que parecía ser un líquido rojizo.
De inmediato, Josué saltó de su silla. Se tocó la ceja derecha, se la frotó con cuidado para no empeorar la situación. No pudo notar la mancha nuevamente. Lo hizo de nuevo con el borde de su bibidí, pero reparó en que éste era de un azul muy oscuro y que difícilmente iría a notar algo entre el fragor de tantas luces centelleantes. Levantó la mirada hacia Jeffrey y lo vio todo. Éste se deshacía en risas de espaldas al público y con los ojos chinos de risa.
- Es ketchup ¡Qué lornaza eres!
Le hubiera dado un sopapo en la cabeza por la gracia, pero se vio obligado a volver a su lugar porque Ricardo estaba anunciando el próximo tema. Se acomodó los audífonos y empezó el tropel de notas.
Todo acabó. El concierto había sido muy bueno. Sentía sed e iba por otra botella de San Mateo. Ya se quitaba los audífonos, y los vio salir. Detrás del último muchacho que se retiraba estaba ese ser pútrido y horrendo que le lamía la nuca.
- Mira eso- le inquirió a su compañero.
- ¿Tú que dijiste? Ya se la hice. Recontramonse.
- No, de verdad huevón. Mira esa vaina que está detrás del pata.
- Ya pela’o, deja eso. –pidió Jeffrey a la vez que bajaba del escenario y tomó el agua de botella que le alcanzaban. Josué siguió arriba pasmado.
- Se fueron. – se dijo sin que nadie lo escuche.
Cuando por fin bajó, se le notaba severamente estupefacto, inexpresivo. Se dispuso a salir detrás de su “tenebrosa visión”. Una mano lo tomó del hombro, otra del vientre. Eran las chicas del club de fans. Desde un costado llegó su enamorada hallándolo en tal embarazosa situación. Josué no dijo nada porque no sentía ni pensaba nada, su mirada apuntaba a esa puerta turbulenta de tantos colores y luces. Intentó deshacerse de los brazos y de la mirada acusadora. Nunca pudo desprenderse de ellas ni de los clicks de las cámaras ni de los lapiceros con los papelitos y la inquietud de su amor enrojecido.
- Hey, Josué, subes después.- Alcanzó a oír la voz de un amigo suyo, desde algún lado de la oscuridad.
. . .
Se tiró sobre su cama. La cara escondida entre las sábanas, intentó estirar las manos hacia atrás. Alcanzó sus zapatos de espaldas, desataba los pasadores: uno a uno ambos zapatos fueron cayendo.
- ¿Qué esperas? ¿Acaso quieres que me tienda a tus pies a pedirte perdón? No. Estás muy equivocado. Cuando una relación empieza es porque ambos quieren. Y cuando fracasa, la culpa es de los dos, también.
- Cállate. Eres una mala mujer. Jugaste…a sabiendas de todo, jugaste. Largo de aquí…
- Eres malo conmigo.- Ella empezó a derramar las primeras lágrimas.
Tal vez antes se hubiera acercado a consolarla, pero “aquel” último dolor aún aniquilaba su fe, su espíritu destrozado no lo dejaba. Ella se incorporó de su posición.
- No creas que vengo a mendigar tu piedad ni tu perdón. Toma. –le alcanzó una foto de ella. – Rómpela para largarme.
- Con gusto
Y él la hubiera roto si no hubiera despertado viéndose en su cama con toda su ropa puesta, pero descalzo. Sentía frío, aunque todas las ventanas estaban cerradas, sentía mucho frío. Se tendió sobre su espalda, luego se puso de lado y empezó a llorar grave y compulsivamente. Aunque no sabía por qué, pero lloraba como un niño estúpido tal vez simplemente porque ya era hora de llorar. Refugiado en sus desconsuelos, no pareció muy espantado cuando la sombra putrefacta cruzó por sus narices y dio el paso por la ventana para abandonarse en los precipicios de la irrealidad para siempre. Él solo atinó a seguir a la visión con esa mirada ausente de los hombres que se reconocen ajenos a la razón.
. . .
A esa misma hora, el baterista de una banda de rock se encontraba ebrio, solo y sosteniendo unos audífonos en la mano contemplando el oscuro fondo de un precipicio que seducía su razón. Lanzó los audífonos al barranco, el sonido se fue perdiendo en la distancia de los golpes en caída libre. “Perdóname”, se oyó desde atrás. A veinte pasos de él asomaba la delicada figura de su, desde hace unas horas, “ex”.
- ¿Qué haces loco?
- Me dejaste. – le levantó el índice sobre la cabeza - Y también me llamaste así: “loco”. Yo vi eso. Yo vi a esa cosa detrás de ese tipo.
- Lo único que vi yo es a mi querido amor rodeado por una sarta de arpías. – lo tomó de la cintura- Ya pasó. Además yo no te dejo; nunca te dejo.
- Pero… Entonces…
- Ya, vámonos de aquí…
Arrastrando sus zapatillas, fue recogiendo sus pasos en ese lugar mientras dejaba caer su cabeza sobre el pequeño hombro de su salvadora.
- Ya pasó, mi chiquitín.
CUESTIONARIO
1. EN CUANTO A LOS TRES RELATOS, ESTÁN ENVUELTOS EN UNA ATMÓSFERA DE MISTERIO Y ANGUSTIAS. ¿CREES QUE ESTO LO HACE INTERESANTE O CREES QUE NO ES ASÍ? FUNDAMENTA TU RESPUESTA.
2. ¿CON CUAL DE LOS DISTINTOS PERSONAJES DE LAS TRES HISTORIAS TE SIENTES MÁS IDENTIFICADO? ¿POR QUÉ?
3. PARA CADA UNO DE LOS RELATOS EXISTE UNA TRAMA Y PROBLEMA QUE VIVEN LOS PERSONAJES, A LOS CUALES ENFRENTAR. ESCRIBE CUÁL ES EL PROBLEMA QUE CADA RELATO POR SEPARADO TIENE. ANÓTALO EN TU CUADERNO.